sábado, 4 de abril de 2009

La Capacidad Del Perdón









En 1991, el Dr. Frederick Di Blosio y colaboradores, de la Universidad de Maryland School of Social Work, en Baltimore, estudiaron la actitud de un grupo de psicoterapeutas hacia la utilización de técnicas de perdón en la práctica clínica y su utilidad en la terapia. Para este fin trabajaron con 167 terapeutas de pareja y de familia, creyentes y no creyentes. Los resultados mostraron que todos los terapeutas reportaron el empleo de técnicas de perdón con sus pacientes y coincidieron en señalar que el perdón es esencial para el alivio de ira y la solución de la depresión.

Más adelante, en 1993, John Hebl y Robert Eright, de la Universidad de Wisconsin, publicaron los resultados de un estudio realizado durante 8 semanas con 24 mujeres, que fueron sometidas a una intervención terapéutica cuya finalidad eras que los pacientes lograran perdonar a una persona que les hubiera causado un daño significativo. Al ser evaluadas después de las 8 semanas, los resultados mostraron que todas las pacientes habían disminuido significativamente, de la primera evaluación, en sus niveles de depresión y ansiedad.

Con este interés creciente en la capacidad terapéutica del perdón pareciera ser que el tema del perdón ha traspuesto ya los linderos del ámbito religioso para ser tratado desde una perspectiva científica.

Con el estudio de las enfermedades psicosomáticas, se ha reconocido que el rencor, el resentimiento y el odio están en la base de numerosos trastornos físicos, que si bien, no son la causa única, unidos a una predisposición orgánica, los precipitan. Igualmente conocidos son los trastornos emocionales y mentales debidos a la invasión del aparato psíquico por fuertes cargas de agresión.

Si bien, la rabia y la ira son reacciones naturales frente a situaciones o hechos desagradables u ofensivos, es su persistencia, a manera de odio, rencor y resentimiento lo que causa estas perturbaciones y enfermedades.

Sabemos, por ejemplo que la agresividad que no encuentra libre paso a la conciencia puede encontrar vías somáticas de descarga a través de migrañas, dolores y contracturas musculares, artritis, afecciones respiratorias, gastritis, pancreatitis y desórdenes hepáticos.

Asimismo, numerosos estudios señalan que la destrucción causada por el cáncer es resultado de la vuelta contra el sujeto de sus propios impulsos agresivos. Greer, por ejemplo, encontró en sus investigaciones sobre cáncer de mama, que éste es significativamente correlativo con la represión de la ira como norma de conducta.

El aspecto psicológico no resulta menos afectado en las personas que son incapaces de acceder al perdón y se mantienen en la rabia, el odio y el resentimiento de modo consciente o inconsciente.
En el primer caso, nos encontramos con personas cargadas de amargura, irritables, agresivas o violentas. En el segundo caso, estos afectos se manifiestan de manera encubierta, como en los síntomas depresivos, donde la rabia dirigida hacia sí mismo se transforma en sentimientos de minusvalía, culpa, pesimismo, inseguridad, etc., en un ataque a la autoimagen y a las propias capacidades.

En otros casos, la agresión es proyectada al exterior dando lugar a intensos miedos y fobias, donde las personas, las calles, o ciertas situaciones son los peligrosos y pueden dañar.
Muchas veces estos miedos y ansiedades están asociados a la culpa y al temor al castigo por los deseos agresivos.

En otras ocasiones estos deseos dan lugar a formaciones reactivas, encontrándose entonces excesos de generosidad, preocupación desmedida y cuidado exagerado hacia otras personas.

No podemos dejar de lado los trastornos en la función sexual, frigidez, impotencia, que surgen a causa de la cólera y el resentimiento, por conflictos no resueltos con la pareja, que a su vez nos remiten, como en la mayoría de los casos, a conflictos infantiles, a la relación con los padres.

El ámbito más interno y profundo de la persona, es decir su aspecto espiritual, también se ve seriamente perturbado por los sentimientos de odio y rencor. La persona consciente de éllos y probablemente incapaz de abandonarlos por sus propios medios, culpable además por experimentarlos, va desarrollando un alejamiento de Dios y de su contacto con El. Muchas veces lo hace depositario de un Super Yo infantil y lo convierte en un Dios acusador y castigador de su impulsos agresivos, incapaz –cómo él- de perdón.
Otras personas se vuelven incapaces de mantener sus momentos de silencio y oración por verse invadidas por los sentimientos hostiles que afloran en éstos y con frecuencia, rehuyen la soledad y la quietud para no enfrentarse con sus contenidos internos.

Este ensombrecimiento general de la existencia, encuentra una vía de retorno hacia la salud, precisamente a través del perdón. Paradójicamente, el poder acceder al perdón, beneficia más al que lo otorga que al que lo recibe, aunque pudiera parecer lo contrario. Jack Lawson, psicólogo norteamericano estudioso del tema, decia que no perdonar era una forma de auto envenenamiento, era como beber cada día una copa de veneno. Algo demasiado negativo para hacérnoslo a nosotros mismos.

La pregunta que se plantea entonces es: ¿Cómo perdonar?

Comencemos diciendo que el perdón empieza con una decisión, el sentimiento viene después. Pero para que surja esta determinación tiene que existir la conciencia de que hay algo que perdonar. Muchas personas no son siquiera conscientes de su odio.
El primer paso, es entonces, hacer consciente el resentimiento y la rabia. Esto puede necesitar algunas veces, una catarsis, a través de la palabra o incluso de una descarga física de la agresión, al modo de la terapia Gestáltica (con sacos de arena o cojines), sobre todo en personas a las que les es muy difícil experimentarla y expresarla. Normalmente no es necesario tratar directamente con la persona objeto del perdón, pues a menudo la situación que provocó el resentimiento sucedió hace mucho tiempo y las circunstancias actuales son totalmente diferentes y el suceso pertenece al pasado, al menos en términos reales.

Dentro de este primer momento de reconocimiento de la rabia, ésta tiene que ir acompañada de una aceptación auténtica, no culpabilizante, entendiendo que esun sentimiento legítimo, acorde con el hecho que lo provocó, pero que tiene ser abandonado gradualmente, en pro del propio bienestar. Aquí cabe también analizar en qué medida este sentimiento es proporcionado frente al suceso real, y de que manera también el sujeto mismo ha contribuido a que el conflicto se produzca. En este punto, a veces, es necesario incluir el aspecto del perdón a uno mismo, que pasa por la aceptación de las propias debilidades y limitaciones y la renuncia a ideas narcisistas, cuya exigencia hacia si o hacia otros, es uno de los elementos que está en la base de la dificultad para el perdón.

El aspecto que sigue en este proceso es reconocer que, a menudo, detrás de la cólera y la rabia que se experimenta, está el dolor de no haber sido amado y reconocido, de no haber sido correspondido y tratado con el mismo afecto o respeto que se brindó. Es, entonces, reencontrar el amor herido, como escribiera Tomas Merthon[ "El odio es el amor que no se reconoce así mismo. Es el amor frustrado".

El momento que viene a continuación, es quizá el más importante del proceso. Es un acto de reflexión que parte de la pregunta ¿Por qué esta persona actuó así? ¿Por qué ella es así? Estas preguntas tienen que ser formuladas desde el lugar de la comprensión, intentando penetrar en su historia, en sus vivencias primeras. Es útil entonces preguntarse ¿Cómo transcurrió su infancia? ¿Fue un niño amado y cuidado, o fue castigado, relegado o abandonado?, ¿Cómo fue la relación entre sus padres, ¿Qué modelos tuvo?, ¿Cómo transcurrió su adolescencia, cuáles fueron sus compañías? ¿Qué experiencias dolorosas marcaron su vida?

Es entonces que irán surgiendo respuestas que le ayudaran a entender que aquella actuó así porque no pudo hacerlo de otro modo, condicionado por sus experiencias infantiles, por sus heridas, sus carencias, su ambiente, sus experiencias posteriores o su propia debilidad, inmadurez e incluso patología.
Este reconocimiento trae consigo un sentimiento de genuina comprensión, de empatía y muchas veces de compasión hacia un ser h umano que sufre, lo que posibilita el acceso a la vivencia del perdón.

Con frecuencia sucede que a pesar de atravesar por los pasos mencionados y de tener el sincero deseo de perdonar, los sentimientos de aversión retornan posteriormente casi con la misma intensidad. En muchos casos se ha observado que no basta una sola vez para lograr este objetivo, sino que es necesario repetir varias veces el proceso para ir avanzando gradualmente hacia la meta.
En otras ocasiones, se ha visto también que cuando, a pesar de todo, el rrencor y el resentimiento subsisten, es porque la herida actual remite a otra herida más profunda, anterior e inconsciente, relacionada a las figuras paternas. Es por eso que se aconseja siempre el trabajo del perdón en torno a las figuras de los padres y a las experiencias tempranas que dejaron una secuela de dolor, rabia, frustración o desengaño.

Finalmente, es necesario señalar que allí donde terminan los recursos terapéuticos, físicos o psicológicos, se abren las posibilidades terapéuticas del campo de la espiritualidad, que ha reportado importantes logros como fuente de ayuda a través de la incorporación de sus ideales de reconciliación, misericordia y humildad.

En la actualidad, se reconocen, sobretodo, los beneficios de la práctica de la oración, que conecta a la persona con una fuerza superior, capaz de transformar gradualmente su naturaleza débil o herida por la infusión de su propia luz y fortaleza. Es entonces esta fuerza divina que actúa en le corazón de la persona y le otorga la capacidad de perdonar.