Ese niño me enseñó a amar.
En una ocasión, en Calcuta, no teníamos azúcar para nuestros niños. Sin saber cómo, un niño de cuatro años había oído decir que la Madre Teresa se había quedado sin azúcar.
Se fue a su casa y les dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dárselo a la Madre Teresa.
Sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manitas tenia una pequeña botella de azúcar, lo que no había comido.
Aquel pequeño me enseño a amar. Lo más importante no es lo que damos sino el amor que ponemos al dar.
1 comentario:
Amar es compartir, no tiene medida, ni límites cuando es verdadero.
No se puede contabilizar ni en botellitas, ni por kilos ni siquiera en metros cuadrados.
Ni la más millonaria donación de Bill Gates se compara con el gesto del pequeño de Calcuta.
Lo más valioso que uno puede dar a alguien es su tiempo, porque es una porción de nuestra limitada vida.
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