“Haz, por favor, querido Lucilio, lo único que puede hacerte feliz: desecha y pisotea lo que brilla por fuera, lo que te promete otro o ha de venirte de otro, aspira al bien verdadero y goza de lo tuyo. Pero, ¿qué es esto ‘de lo tuyo’? De ti mismo y de tu mejor parte” (Cartas Lucilio, XXIII, 6)
Séneca es uno de los más grandes maestros de la humanidad. La fortuna y las circunstancias quisieron que fuera educador de Nerón, emperador romano, y más tarde, consejero del emperador. Su cercanía a la corte le hizo merecedor de grandes riquezas, dinero, fincas. Sin embargo, más que político, Séneca era un sabio, un hombre de conocimiento, de lecturas, de reflexiones. Esa es la razón por la que, en medio de comodidades, Séneca vivía con la sencillez de un pobre.
Séneca creía que lo más importante en la vida era la libertad. ¿Qué entendía por libertad? Libre es quien tiene el alma sólida, firme, resistente al peligro y a la desventura. Libre es quien aprende a bucear en sí mismo, hasta encontrar lo que es verdaderamente suyo: la razón y la conciencia. Libre es quien no se deja arrebatar el tesoro de la propia conciencia y de la propia razón, que son como chispas de la divinidad en el interior de cada persona. La misión que tenemos en la vida, creía Séneca, era descubrir y mantener viva esa chispa divina en nuestro espíritu.
Para ser libre es necesario tener limpio el espíritu de la agitación de pasiones, que sacuden el cuerpo y le roban armonía. La libertad se pierde cuando surge una pasión desordenada que tuerce a la razón y a la conciencia por donde no quieren ir.
Libertad es "no temer a los hombres, ni a los dioses; no desear nada deshonesto, ni excesivo; tener el completo señorío de sí mismo" (Cartas a Lucilio, LXXV, 18).
¿Cómo se consigue ser libre? Mediante la práctica de la virtud y con el recogimiento, el cuidado de la vida interior. En los momentos a solas consigo mismo, en la meditación serena y tranquila, el espíritu aprende a hacer lo debido, bajo la única guía del criterio personal y la razón consciente.
Un ánimo sin codicia, sin afectos desordenados, es un ánimo estable, fuerte, valiente, erguido. Donde todo bien es la honestidad, y todo mal es la violencia que perturba la paz. Quien vive así, tarde que temprano le sobrevendrá una alegría honda, constante, que deleita suficientemente y que hace inútil otra búsqueda de valores baratos y superficiales.
Esta serenidad y sosiego consigo mismo es la libertad, que lleva a la felicidad, la sensación de alejarse de los errores y estar próximo a la verdad, la verdad que hace a los seres humanos más buenos y más libres.
Entonces, lo que mueve al sabio es la conquista de la libertad, el camino para buscar la verdad, la indiferencia a los vicios y el logro de ser dueño de sí mismo. Congruencia que lleva a la alegría que sacia los más caros anhelos del corazón.
“La filosofía enseña a hacer y no a decir, y exige que cada cual viva conforme a su ley sin que la vida disienta de sus palabras, de modo que la vida sea una, y del mismo color todas las acciones. El principal deber de la sabiduría y su mayor indicio es que las obras concuerden con las palabras y el hombre en todas partes sea igual a sí y él mismo” (Cartas Lucilio, XX, 2)
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